Santa Gianna Berreta

Estimado radioyente,

Hay santos que todos conocen y otros que son muy poco conocidos y que sin embargo tienen una enorme vigencia.

Uno de estos últimos, es sin duda ninguna, Santa Gianna Berreta Molla.

¿Ud. había oído hablar de ella?

Como es probable que nunca haya oído ni si quiera su nombre le dedicamos el programa de hoy a esta santa, cuya fiesta se celebró el pasado 28 de abril y cuya vida ejemplar debe ser un aliciente para todas las jóvenes madres chilenas.

La cirujana y pediatra Gianna Beretta Molla, entregó libremente su propia vida a los 39 años de edad, el 28 de abril de 1962, para salvar a su cuarto hijo, Gianna Emanuela, que estaba por nacer. Optó por no someterse a un tratamiento de cáncer que hubiese matado a la criatura.

Los médicos que la trataban le habían recomendado un aborto. Al negarse, murió al desarrollar una peritonitis séptica muy dolorosa. Como médico, ella sabía muy bien la realidad de su condición, pero prefirió morir para dar vida a su hija.

El Papa de la época la describió como “una madre que, para dar a luz a su bebé, sacrificó la suya propia en una inmolación deliberada”.

Gianna Molla, de la Arquidiócesis de Milán, Italia, se había recibido de médico. Ella dijo de su trabajo: “Como el sacerdote toca a Jesús, así nosotros los médicos tocamos a Jesús en los cuerpos de nuestros pacientes.”

Su esposo Pietro Molla, describió a su esposa como una persona completamente normal que constantemente decía que sus hijos eran su gozo, su orgullo y su tesoro.

En el libro “Primo Piano: Gianna” (Gianna de cerca), Molla cita a su esposa: – “No se puede amar sin sufrir o sufrir sin amor”. -“¡Miren a las madres que verdaderamente aman a sus hijos, cuantos sacrificios hacen! Están prestas para cualquier cosa, aun hasta dar sus propias vidas.”

Gianna nació el 4 de octubre de 1922, en Magenta, ciudad vecina a Milán. Sus padres –rectos, justos y temerosos de Dios– junto con su hermana Amalia, la formaron espiritualmente.

De carácter ameno y semblante sonriente, su rostro irradiaba equilibrio, amenidad, pureza y un corazón generoso, con una fe contagiante que atraía a todos.

A los 15 años participó de un retiro espiritual según el método de San Ignacio de Loyola, que la llevó a hacer un firme propósito: “mil veces morir antes que cometer un pecado mortal”.

Al fallecer su madre, Gianna se encomendó a María Santísima con estas palabras: “Confío en vos, dulce Madre, y tengo la certeza de que nunca me abandonaréis”.

En 1942, Gianna se matriculó en la Facultad de Medicina. Tenía un concepto preciso y sublime de esta profesión. Más que un trabajo, la medicina era para ella una misión: “No olvidemos que en el cuerpo de nuestro paciente existe un alma inmortal. Seamos honestos y médicos de fe”. A sus pacientes, la Dra. Gianna daba no solamente asistencia médica, sino también una verdadera ayuda espiritual, y muchas veces les auxiliaba para que recibieran el sacramento de la Confesión. Alentó a muchas madres próximas al parto transmitiéndoles la alegría de recibir al hijo como un don de Dios y a rechazar o desistir del aborto.

 

Después de tres embarazos dolorosos, al comienzo del cuarto se hizo indispensable una cirugía debido a un tumor en el útero. Fidelísima a sus principios morales y religiosos, decidió, sin dudar, que el médico se preocupase, en primer lugar, no en la operación que salvaría su vida, sino en la salvación de la vida de la criatura.

Así lo relataba su marido: “Con una incomparable fuerza de voluntad y con inmutable empeño, continuó su misión de madre hasta los últimos días de su embarazo. Rezaba o meditaba.

“La sonrisa y la serenidad que infundían la belleza, la vivacidad y la salud de sus tres ‘tesoros’ eran casi siempre velados con una inquietud interior. Temía que su criatura naciese con sufrimientos. Rezaba para que no fuese así. Muchas y muchas veces, me pedía disculpas si me causaba preocupaciones. Mientras se aproximaba el período del parto, afirmó explícitamente, con tono firme y al mismo tiempo sereno, con una mirada profunda que jamás olvidaré: “Si deben decidir entre la criatura y yo, no duden: prefieran a la criatura, yo lo exijo, ¡sálvenla! Yo hago la voluntad de Dios y Dios providenciará lo necesario para mis hijos”.

En septiembre de 1961, al cumplirse el segundo mes de embarazo, fue presa del sufrimiento. El diagnóstico: un tumor en el útero. Se hacía necesaria una intervención quirúrgica. Antes de ser intervenida, suplicó al cirujano que salvase, a toda costa, la vida que lleva en su seno, y se confía a la oración y a la Providencia. «Si hay que decidir entre mi vida y la del niño, no dudéis; elegid -lo exijo- la suya. Salvadlo». La mañana del 21 de abril de 1962 da a luz a Gianna Emanuela.

La criatura se salvó y ella dió gracias al Señor y pasó  los siete meses antes del parto con incomparable fuerza de ánimo y con plena dedicación a sus deberes de madre y de médico.

El día 28 de abril, también por la mañana, entre indecibles dolores y repitiendo la jaculatoria «Jesús, te amo; Jesús, te amo», murió santamente. Tenía 39 años. Sus funerales fueron una gran manifestación llena de emoción profunda, de fe y de oración. La Sierva de Dios reposa en el cementerio de Mésero, a 4 kilómetros de Magenta, en Milán.

Gianna Beretta Molla es una señal del tiempo presente, una invitación a defender la vida, a respetarla con todas sus consecuencias. Santa Gianna, ruega por nosotros y por las madres e hijos que corren peligro en este momento.

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¿No le parece, estimada oyente, que vale mucho la pena recordar a esta madre ejemplar en momentos que se prepara un proyecto de aborto general en nuestro País y cuando muchas esposas prefieren postergar su maternidad, prefiriendo un viaje, un auto o un trabajo más rentable?

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