Marzo y los profesores.

Estimados radioyentes:

Nos acercamos al mes de marzo y quien dice marzo dice colegios y piensa en profesores.

Las mamás están justamente preocupadas en la compra de útiles, en los horarios del colegio, en los uniformes y en las mil cosas de que se compone la vida colegial de sus hijos.

Pero por sobre estas preocupaciones, hay una mayor. Es la cuestión de la calidad de los profesores. En realidad, se discutió de todo un poco en relación a la educación; sobre la inclusión, sobre el co-pago, sobre la subvención, y en general sobre aspectos más administrativos y económicos que sobre los aspectos principales de la vida escolar. Y uno de los principales aspectos, es evidentemente la calidad o nivel profesional del cuerpo docente. De eso, hasta ahora no se ha dicho ni una sola palabra que signifique una verdadera reforma de la calidad docente.

Comencemos por decir cuáles son las características del buen profesor…

En primer lugar,  todo buen enseñante debe, no solamente proporcionar al alumno la posesión de los conocimientos de su materia, sino también transmitirle su pasión por ella y enseñarle a hacer el esfuerzo intelectual que ella merece, así como habituar su inteligencia a los vastos panoramas del ramo que imparte. Para que el profesor consiga obtener estos resultados, evidentemente que él debe preparar su clase con anticipación, pues de lo contrario no obtendrá sino un resultado mediocre.

En segundo lugar, el profesor debe saber imponer su autoridad docente, no por la fuerza de las amonestaciones sino por la conciencia de su superioridad en cuanto poseedor de la ciencia que enseña y por la firmeza de su personalidad. Para que él consiga este resultado, debe en primer lugar conquistar el respeto de sus alumnos. Y para alcanzar el respeto de los jóvenes, muchas veces rebeldes y dispersivos, debe tratarlos como a verdaderos alumnos que son y no como a “amigos o camaradas” que no son.

Para ello el profesor no debe escatimar los premios e incentivos a los alumnos esforzados, y en general todo aquello que estimule a quien merece y, por el contrario, debe sancionar los malos alumnos que perturban las clases e impedir su preeminencia junto a los demás.  En la clase no todos los alumnos son iguales y por lo tanto no todos deben recibir las mismas calificaciones e incentivos.

Es evidente que ni la mejor exposición durante una clase podrá nunca resolver las múltiples dificultades de comprensión y eventuales objeciones por parte de los alumnos. Ni tampoco los profesores pueden engolfarse en algún aspecto específico que algún alumno más adelantado quiera profundizar. Por esta razón, los contactos entre profesor y alumno fuera del horario de clases dan siempre resultados preciosos para la enseñanza. Para que ellos sean más metódicos y eficaces, muchos colegios y universidades han comenzado a tener reuniones entre estudiantes y profesores llamados “seminarios”. Estos están concebidos para favorecer intercambios fructuosos entre maestros y discípulos en una atmósfera de mayor cercanía.

Todo lo expuesto hasta aquí es claro y verdadero, el problema es cómo alcanzarlo. Es decir, cómo se puede obtener que el conjunto de los profesores alcance, al menos, la media de las metas que acabamos de exponer, y que algunos lleguen a ser excelentes en ellas.

Naturalmente que la única forma de alcanzarlo es a través de un sistema de estímulos parecido al que los profesores deberían emplear con los alumnos. Es decir, incentivando a los buenos maestros. En caso de que los profesores no logren los objetivos pedidos, es vital un sistema de seguimiento y acompañamiento para que el docente alcance la excelencia en su vocación.

Para ello, evidentemente que los profesores también deben ser evaluados periódicamente y sus sueldos deben ser ajustados a los resultados que obtuvieron. Incluso el profesor debería poder ser removido si, de acuerdo al criterio del Director del establecimiento, éste no cumple con los requisitos mínimos para enseñar.

Veamos ahora la realidad de los hechos.

Es evidente que si la profesión docente no logra atraer talentos en gran cantidad es porque los salarios no resultan atractivos, y en tanto dicha situación se mantenga, esta realidad no cambiará. Chile es uno de los pocos países a nivel mundial que no posee una carrera docente bien estructurada, lo que ya constituye una anomalía para hacer más atractiva una carrera. A pesar del tiempo transcurrido, hasta la fecha no ha sido posible consensuar un proyecto de carrera docente, y aún se está a la espera de que el gobierno envíe su propuesta.

La amarga experiencia que dejó la primera fase de la reforma educacional -cuyo sesgo ideológico afectará profundamente el sistema educacional que utiliza la mayoría de las familias chilenas- deja dudas sobre la voluntad de avanzar hacia una carrera docente que promueva capacitación efectiva, ascensos en función de los méritos y mejoras en la escala salarial, y no sobre la base de privilegios obtenidos por grupos de presión, como ha sido hasta ahora.

En definitiva, la carrera de pedagogía debería ser prestigiada no sólo exigiendo puntajes más altos para acceder a ella, sino sobretodo abriendo el mercado de colegios para que cada uno de ellos pueda ofrecer mejores condiciones de trabajo e incentivos para la carrera profesional.

Todo lo anterior dista mucho de lo que se discutió y aprobó el año pasado con la ley de Reforma Educacional. Mientras se mantenga ese sesgo ideológico que hace depender todo de las medidas de un Estado omnipotente, nunca se encontrará la verdadera solución para la educación de los niños y jóvenes chilenos. Ella pasa antes que nada por el reconocimiento de los derechos de los padres de familia, por la libre iniciativa particular en materia educacional y por la autorización de incentivos a los profesores dentro los colegios. Los padres de familia y los colegios particulares deben ser apoyados por las subvenciones del Estado, cuando necesarias, y no reprimidos en sus anhelos de mejoría.

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