La Parada Militar del Parque O’Higgins

 

Estimado radioyente,

Ud. debe concordar con nosotros que, si hay alguna tradición chilena que encanta a todos, salvo a los eternos descontentos del espíritu marcial, es ciertamente la Parada Militar en el parque Cousiño, hoy llamado de Parque O’Higgins.

Ella es el resultado de la promulgación, en 1915, de la ley que consagró el 19 de septiembre,  el día siguiente al de la Primera Junta nacional de Gobierno, como el “Día de las Glorias del Ejército”.

Desde ese entonces hasta hoy, las diversas divisiones de nuestras Fuerzas Armadas desfilan en la elipse del Parque O’Higgins.

Sin embargo, ya antes de la promulgación de esta ley, durante el siglo XIX,  las Fuerzas Armadas de entonces, realizaban paradas que eran  denominadas «despejes» —que en un principio consistían en ejercicios y simulacros de guerra. Ellas se desarrollaban en el amplio llano de Portales y significaban una verdadera fiesta popular.

Como se ve, la Parada Militar, antes de ser un evento oficial como se le conoce hoy, era principalmente un ejercicio de guerra acompañado por numeroso público que admiraba la destreza de sus FFAA.

Posteriormente, y quizá precisamente por la afluencia e interés de los chilenos, comenzó a asistir también el Presidente de la República, acompañado de sus Ministros, todos “de a caballo” conforme la norma de entonces.

Más tarde, el Sr. Carlos Antúnez, Ministro plenipotenciario de Chile en Francia entre 1887 y 1891, compró en París unos lujosos carruajes descapotables negros tirados por caballos engalanados que serían utilizados para transportar al Presidente y a sus Ministros desde la Moneda hasta el Parque Cousiño.

El Jefe de Estado y sus Ministros vestían para la ocasión de riguroso frac y sombrero de copa. Ese cortejo de coches y de personajes vestidos de gala, que enaltecía los cargos públicos y a quienes los ocupaban, fue derogado el año de 1971, por Salvador Allende. Desde entonces los presidentes y ministros de Estado se transfieren en autos comunes y con traje de calle, lo que obviamente le quita solemnidad a la ceremonia y prestigio y destaque a las autoridades que participan.

Sin embargo, los militares han tenido el buen criterio de no abandonar sus uniformes ni las marchas de sus regimientos. Es precisamente por ello que la Parada continúa ejerciendo sobre toda la población nacional un verdadero encanto y atracción de grandes y pequeños.

Desde comienzos del siglo pasado, el Ejército luce un uniforme bien diferente de aquel que lo consagró victorioso en los campos de batalla de la guerra del 89. En ese entonces los uniformes que vemos representados en cuadros y estatuas de los héroes de esa guerra, eran de acuerdo al modelo francés, con quepí, casaca azul y pantalón rojo.

Después de la guerra franco prusiana, y a consecuencia de la aplastante victoria alemana, el Ejército chileno invitó a varios oficiales alemanes a reorganizar el ejército nacional.

La llegada del oficial alemán Körner quien era heredero de una larga tradición militar prusiana y fue Comandante del Ejército de Chile con el grado de Inspector General desde 1900 a 1910, marcó el profundo cambio de formación militar chilena.

A él se sumaron los primeros instructores alemanes, el envío permanente de misiones militares chilenas a Europa, la suscripción a un sinnúmero de revistas militares extranjeras, las profundas reformas que se introdujeron en la instrucción de la oficialidad a partir de la creación de la Academia de Guerra, todo lo cual provocó un remezón en nuestros soldados que los hizo prácticamente mimetizarse con sus congéneres del otro lado del Atlántico.

A tal punto llegaba este mimetismo que don Ramón Subercaseaux comenta en sus Memorias que, siendo embajador de Chile en Prusia, los oficiales alemanes veían con algún malestar en las recepciones de la embajada a los oficiales chilenos de visita luciendo uniformes casi idénticos con los suyos.

Paradojas de la historia. Hoy los alemanes ya no usan más aquellos uniformes que con tanto celo custodiaban sus ancestros, y los chilenos continúan a usarlos. Lo que, junto con los acordes de la marcha austríaca Ratdesky les confiere, una nota de reminiscencia de los esplendores de dos grandes imperios decimonónicos junto a la eficacia de un ejército moderno, bien equipado y con una alta conciencia de su propia responsabilidad.

Por su parte y pese a una constante campaña de desprestigio articulada por los sectores revolucionarios y contrarios al espíritu militar, las Fuerzas Armadas se mantienen como una de las instituciones mejor evaluada por los chilenos.

La reciente encuesta de CEP, dada a conocer hace pocos días atrás, informa que el 59 % de los chilenos las consideran con “Mucha o Bastante confianza”, frente a un 3% que manifiesta confianza en  los partidos políticos.

Este amplio apoyo popular a nuestra Fuerzas Armadas, habla bien de nuestra nación, pues de acuerdo a lo que afirma el conocido intelectual católico Plinio Correa de Oliveira, en su libro “Revolución y Contra Revolución”, los pueblos valen en la medida en que valoren a sus Fuerzas Armadas en tiempos de paz.

Así se explica el Profesor Plinio respecto al uso de los uniformes militares en su referido libro: “El uniforme, por su simple presencia, afirma implícitamente algunas verdades, un tanto genéricas, sin duda, pero de índole ciertamente contra-revolucionaria:

  • La existencia de valores que importan más que la vida y por los cuales se debe morir, lo que es contrario a la mentalidad socialista, toda hecha de horror al riesgo y al dolor, de adoración de la seguridad y de supremo apego a la vida terrena.
  • La existencia de una moral, pues la condición militar está totalmente fundada sobre ideas de honor, de fuerza puesta al servicio del bien y dirigida contra el mal, etc.”

En definitiva, los que hoy se alegran con esta Fiesta de las Glorias del Ejército y la Parada Militar, poseen un innato deseo de la mantención del orden, de la jerarquía, de la claridad de los conceptos. En una palabra de aquello que nos enseñó nuestro Divino Redentor: “Sea vuestro lenguaje, sí, sí; no, no, pues lo demás viene del maligno”.

Quizá sea precisamente por eso que el 60% de los chilenos les tiene confianza, y aquellos que mucho hablan, prometen y ocupan los titulares de todos los diarios, TVs y revistas, sólo consiguen el 3% de la confianza pública.

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