La huella de la santidad en Chile.

Por ocasión de la celebración de la Fiesta de todos los Santos, un matutino nacional publicó una reseña de los santos que han florecido en nuestra tierra. En ella el periódico hace referencia a una larga y a veces muy desconocida historia de hombres y mujeres que aquí alcanzaron lo que la iglesia llama ‘la heroicidad de las virtudes’ y cuyos procesos de reconocimiento canónico fueron debidamente iniciados y -varios- ya concluidos.

La fuente de la investigación se encuentra en el libro de autoría del sacerdote benedictino Mauro Mathei, que como buen historiador es muy preciso en su trabajo.

Una vez que la santidad, o la práctica heroica de las virtudes, es una de las necesidades más apremiantes en la sociedad chilena de nuestros días, creemos que no está de más recordar la de los que nos precedieron.

Le pasamos la palabra al Padre Mathei.

“En el caso de Chile y de las demás naciones iberoamericanas hay (un) aspecto que considerar: con la excepción de México y Perú, éstas no existían como naciones antes de la llegada del evangelio, vivían en la dispersión, en la mutua ignorancia, en la falta de conciencia de una ‘res publica’.

“Fue la cultura hispánica, transida de fe católica –con todas sus luces y sombras– la que les dio el status de ‘reinos’. Antes de 1541 existían tribus diversas, lenguas diversas, quehaceres diversos, pero no un ‘reino de Chile’. Este fue engendrado, apadrinado y educado por la fe católica y sus legítimos representantes, desde los primerísimos momentos de su vida. Desde los mismos albores del ‘reino’ hubo sacerdotes, hubo misas, hubo catequesis. Y esta presencia de la Iglesia se continuará en forma muy estrecha durante toda su historia. Los santos en Chile son entonces un signo de que la fe no fue impuesta a la fuerza, sino que dio fruto, fue ratificada por una vida de fe. La violencia no tolera sementeras ni permite que se den flores y frutos.

“La primera ‘novedad’ estriba en el hecho de que ya en el tiempo del ‘reino de Chile’ existía el interés por seguir las huellas de hombres y mujeres con ‘fama de santidad’: refiere el P. Enrich en su ‘Historia de la Compañía de Jesús’ (II, 245) que en 1755 los superiores de la Provincia de Chile de la Compañía de Jesús solicitaron a todas sus casas que proporcionaran una lista de jesuitas que habían dejado ‘fama de santidad’ en nuestro país.

“Su intención era la composición de un ‘Menologio’ jesuita. Fruto de este encargo fue una lista de ocho sacerdotes y dos hermanos coadjutores. De estos sólo uno, el P. Juan Pedro Mayoral, merecería más tarde la incoación de su proceso de canonización: Fue la arquidiócesis de Concepción la que lo emprendería en el año 1910, coincidiendo con el primer centenario de la Independencia. Su tumba sigue solitaria y poco visitada en el pueblito de Rere.

“No sólo él, sino también al menos otros tres de esta lista merecerían mayor atención: 1) El P. Melchor Venegas (1573-1641), chileno y primer evangelizador de Chiloé; 2) El P. Domingo Marín o Marini (1649-1731), siciliano, que ocupó importantes cargos en la provincia chilena de la Compañía y fue decisivo en la traída a Chile de misioneros alemanes; 3) El P. Ignacio García (1696-1754), escritor, místico y fundador de las monjas rosas de Sto. Domingo.

“Llama la atención que en este elenco no figuran los llamados ‘mártires jesuitas’: ni los tres mártires de Elicura, ni los cuatro mártires de Nahuelhuapi. En cuanto a los primeros, su proceso fue incoado en 1665 y figuran, por lo tanto, como ‘Siervos de Dios’. En cuanto a los segundos, se trata de los PP. Nicolás Mascardi, Felipe Vandermeeren o de la Laguna, Juan José Guglielmo o Guillermo y Francisco José Elguea. (…). Estos siete mártires tuvieron importante gravitación en la historia patria.

“El capítulo de los hermanos legos y monjas con fama de santidad nos depara la sorpresa de santos indios: el araucano Ignacio, de la Orden de San Juan de Dios; el cacique Huentemanque, portero y jardinero de las monjas clarisas; la Hna. Constancia, de las monjas agustinas. Entre los hermanos hay que destacar al franciscano Fray Pedro Bardeci, cuyo proceso fue iniciado en 1917 y que ha avanzado del escalafón de los siervos de Dios al de ‘Venerables’, por haberse aprobado el grado heroico de sus virtudes.

“En la primera mitad del siglo XIX, es decir, del tiempo vecino a la Independencia (…) muy populares en su época son: la terciaria dominica María del Carmen Benavides y Mujica (1777-1849), ‘mujer prodigiosa de Quillota’ como ha sido llamada, con su proceso iniciado en 1991, y el hermano lego franciscano Fray Andrés García Acosta o fray Andresito (1800-1853), cuyo radio de acción fue Santiago. Su proceso fue comenzado ya en 1893.

“(…) Ya mucho más conocido, (son) los santos de la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX. Allí tendría su lugar la beata Laura Vicuña (1988).

“Pero tampoco habría que olvidar a los siervos de Dios Hno. Pedro Marcet CMF, Sor María San Agustín de Jesús Fernández Concha, de la Congregación del Buen Pastor, Madre Bernarda Morin (1997), el cardenal José María Caro, el laico (…) Mario Hiriart (1998), el obispo Mons. Francisco Valdés, el obispo Mons. Guillermo Hartl , ambos de la Orden de los capuchinos, y Rufino Zaspe.

“Sin comienzo de proceso, pero con suficiente ‘fama de santidad’, acreditada por varias biografías, habría que mencionar a la Sra. Juana Ross de Edwards (1830-1913), incansable y desprendida benefactora, y al P. Mateo Crawley-Boevey, SSCC. (1876-1960), ardiente apóstol del Sagrado Corazón de Jesús”.

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Hasta aquí la sucinta relación de los santos o siervos de Dios que florecieron en medio de los sufrimientos y de las alegrías que Dios les dio en esta Tierra.

Su sola enumeración parece a primera vista desprovista de la riqueza de la Fe y de las obras que cada uno de los citados supo nutrir en su interior y derramar por medio de la caridad.

Sin embargo, esta simple enumeración de la ‘Huella de los Santos en Chile’ ya es suficiente para recordarnos que la santidad es un fin que, con la gracia de Dios y la ayuda especial de su Santa Madre, es alcanzable y no constituye una utopía.

Otro aspecto importante a destacar en esta reseña de la santidad en Chile, es que la casi totalidad de estas vidas ejemplare, con algunas excepciones, como la de la beata Laura Vicuña, todas ellas se santificaron desde sus primeros años, pasados en el interior de hogares católicos, donde ellos pudieron tomar el ejemplo de progenitores piadosos.

Obviamente que la enumeración de los nombres señalados no significa que sólo ellos buscaron y alcanzaron la santidad. Probablemente incontables chilenos gozan ya de la bienaventuranza y del goce de la visión beatífica de Dios.

Todo lo anterior lo ofrecemos a nuestros radioyentes como un estímulo para buscar la santidad.

Para concluir, señalamos que, para alcanzar la santidad en cada época, es necesario combatir las tendencias malas de la época y del lugar donde se vive. Hacer lo que podríamos llamar el ‘juego’ de Dios contra aquellos que quieren hacer el del padre de la Mentira.

Así lucharon todos los santos que ya pasaron.

Ahora, en nuestro tiempo, sin renunciar a las virtudes que los caracterizaron a ellos, la tónica de la santidad se desplaza hacia la combatividad, sin respetos humanos y en pro de las virtudes opuestas a los vicios del momento. Es decir, el amor a las jerarquías, contra la tendencia del orgullo igualitario y el amor la pureza de costumbres, contra la sensualidad liberal.

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