Inseguridad de las familias

Estimado radioyente:

Si hay un tema que hoy está en boca de todos es la inseguridad. A bien decir, nadie se siente seguro en ningún lado.

Pasemos primero a los datos, según cifras de la Policía de Investigaciones de Chile (PDI), el primer semestre de 2022, las cifras de homicidios (en Chile) se dispararon un 28,7% respecto al mismo periodo del año anterior, alcanzando un total de 413. “Las estadísticas muestran una disminución en los delitos menores como robo por sorpresa, pero un alza significativa del uso de armas de fuego en los crímenes: entre enero y junio de 2021 se utilizaron en 166 homicidios, mientras que, en los primeros seis meses de 2022, en 256”. Lo anterior indica que los homicidios crecieron un 54,2% en los dos últimos años.

Los datos confirman que la sensación de inseguridad no es gratuita y que, a cualquier momento, cualquier persona, en cualquier lugar puede ser objeto de un atentado, criminal o delictual, de acuerdo a la gravedad del hecho.

A lo anterior se suma la convicción de la impunidad del culpable. Muchas víctimas ni concurren a efectuar las denuncias porque ya saben que el delincuente terminará libre.

El Índice de Paz Ciudadana 2022 señala que “hay cierta desesperanza sobre la capacidad del sistema para proteger a los ciudadanos. Por muy altas que sean las penas, si las policías y la justicia son ineficaces, el aumento de penas no sirve para disuadir la comisión de delitos”.

Lo anterior parece constituir un círculo vicioso. Disminuyen las denuncias porque las víctimas consideran que ellas no tienen efecto, pues los victimarios terminan, en la mayoría de los casos, impunes. Y la disminución de las denuncias constituye un incentivo para los delincuentes.

Por su parte el departamento de Estado acaba de emitir su informe periódico para los ciudadanos de su país que quieran visitar Chile.

En el documento, publicado en esta semana, se advierte:

“la delincuencia callejera, los robos de vehículos, las estafas telefónicas y los allanamientos de morada son comunes, especialmente en Santiago, Valparaíso, Viña del Mar, Antofagasta, Calama e Iquique”.

Además, se le pide a sus connacionales que si visitan Chile, tengan cuidado al recorrer las cercanías del Cerro Santa Lucía, el Cerro San Cristóbal, el Mercado Central, la Plaza de Armas, Bellavista y el Barrio Lastarria, “u otros sitios turísticos populares, ya que los carteristas y atracos ocurren con frecuencia”.

La declaración del Departamento de Estado agrega que: “Los robos de vehículos son un grave problema en Valparaíso y el norte de Chile (desde Iquique hasta Arica). Los ladrones han pinchado los neumáticos de los coches de alquiler para distraer a los extranjeros y robarles sus pertenencias”.

Como se ve, todos coinciden en apuntar los mismos síntomas de inseguridad social. Donde divergen las posiciones es cuando se indican cuáles serían las causas de este onda de delincuencia.

Para algunos, en especial para el mundo de las izquierdas, los culpables serían las propias víctimas. Ellas, al conducir autos de marcas caras, al residir en casas ubicadas en barrios lujosos, al vestirse a la moda, estarían incentivando a los carentes a ejecutar “portonazos”, a invadir las propiedades con intimación y a cometer otros delitos del género.

De allí que para quienes piensan así, la solución se encuentra en que se acabe toda y cualquier propiedad privada que sólo el Estado acumule la riqueza sin afán de lucro y la reparta de acuerdo a las necesidades de cada uno, conforme a la fórmula marxista.

Hay algunas recetas menos radicalizadas que aceptarían algún tipo moderado de propiedad, para permitir la mera subsistencia familiar, siempre y cuando ella no afecte al medio ambiente y no sea “extractivista”, conforme lo planteado por el actual Subsecretario del Ministerio del Medio Ambiente, Maximiliano Proaño.

Para esta mentalidad anti crecimiento económico y anti propiedad privada, la pobreza sería un estado de felicidad, porque los pobres no acumulan ni compiten con los otros. Para ellos, más que buscar la riqueza, las personas deben convivir en medio de la pobreza, en un estado casi religioso.

Así, dicen ellos, se acabaría la delincuencia pues no habría para qué robar, ni a quien robarle y ponen como ejemplo los llamados “pueblos originarios”, donde son las comunidades  las propietaria de la tierra y de los frutos que ella produce.

De ahí que, quienes así piensan, hasta hoy lloran el resultado del plebiscito, pues esperaban que de triunfar la plurinacionalidad nos transformásemos todos en pequeñas colectividades auto organizadas y semi independientes, donde todo sería de todos, en la tierra de nadie.

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Al contrario, quienes sufrimos en carne propia los efectos de la delincuencia, rechazamos categóricamente esa argumentación.

La primera falacia de esos argumentos es que, lejos de ser sólo los ricos los que la sufren, ella afecta principalmente a las comunas de nivel socio económico menor.

Según información oficial, “Entre las comunas más afectadas por los delitos, están Santiago, con un 19,87% de los casos. Le siguen La Florida, San Miguel y Maipú”.

Según la última Cuenta Pública de Carabineros de Chile (2021), los lugares donde hay más robos de autos en Chile son San Bernardo, Santiago, Pudahuel, Maipú, Puente Alto, La Florida y Ñuñoa.

Luego afirmar que es por causa de la ostentación de riqueza que hay delincuencia, no pasa de ser una fake news.

Por otra parte, predicar la pobreza como un ideal para ser practicado por todos, es reducir la sociedad a una forma humillante de esclavitud; propia de los sistemas que imperaron detrás de la Cortina de Hierro.

Lo natural de la persona humana y en especial cuando ella constituye una familia, es progresar, garantizar a sus hijos la mejor educación que esté a su alcance y asegurarles un legado para el futuro.

Dejarlo en manos del Estado es asegurar que todos serán obligadamente pobres, con la atención de una mala salud pública, de una pésima educación y sin ninguna garantía de ahorro para el futuro.

A lo anterior se debe agregar que afirmar que en “los pueblos originarios” no existiría el robo, pues no existe la propiedad privada, no pasa de otra fake news.

Uno de los principios básicos que guiaban la vida de los pueblos indígenas era: “AMA QUILLA, AMA LLULLA, AMA SHUA”. Cuya traducción es “NO SER OCIOSO, NO MENTIR, NO ROBAR”

En realidad, el robo y la delincuencia no son más que dos vicios morales que han existido siempre y que existirán en todas las sociedades, pues ellos provienen de la violación de dos leyes de la Ley de Dios: El séptimo Mandamiento que dice “No robar” y el X que manda “No codiciar los bienes ajenos”.

Afirmar que acabando con la propiedad se acaba con ese vicio, es tan absurdo como decir que cortando las manos de todos se impide que nadie las meta en bolsillo ajeno.

(música Mes de María)

Lo que una sociedad sana debe hacer es estimular la virtud y combatir el vicio. Nada más propicio en este Mes de María a la Madre de Dios, que Ella conceda a Chile, un crecimiento en la virtud y un rechazo en el vicio de la envidia, del robo y del resentimiento, pues son esos vicios los que nos separan del Divino ejemplo que nos dio su Hijo al morir en la cruz para redimirnos.

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