Elogio a la vejez
Estimado radioyente:
Si hay una cosa que hoy encontramos por doquier son las vestimentas juveniles llevadas por personas que hace muchos años dejaron atrás la juventud.
Tal indumentaria juvenil usada por personas no jóvenes, esconde una lastimosa verdad: hoy no se aprecia ni la vejez, ni la experiencia.
Todo debe ser a “partir de cero” o “desde una página en blanco” como pretendían los convencionales de la fallida Asamblea Constituyente pasada.
Ahora, ese desprecio por una de las etapas de la vida es un empobrecimiento de ella.
Dios creó al hombre de tal modo, que él va variando a lo largo de su vida y cada una de las etapas que debemos recorrer posee su propia belleza.
Nada más gracioso que ver a una pequeña criatura durmiendo bajo el cuidado de su madre en una pequeña cuna. Pero si esa criatura no creciera y no comenzara a dar saltos y correr con el empuje y las ganas de vivir de un niño, sería obviamente una anomalía.
Más tarde ese niño dejará de ser tal y comenzará a enfrentar la vida, con sus desafíos, sus promesas y sus dificultades. Será la vida del joven.
Poco tiempo pasará, que él mismo joven dejará de ser tal y comenzará la etapa donde ya no se corre tanto, pero se piensa más. Será la madurez que habrá llegado.
Casi imperceptiblemente, como la madurez de una fruta, ella pasará a la vejez.
¿Será que esta última etapa de la vida es la única que no tiene belleza y que debe esconderse con vergüenza?
Los italianos tienen una expresión que resume esta concepción errada de la vejez: “La brutta vechiagia”, que traducido al castellano sería algo como “la fea vejez”.
Ahora, si bien es cierto que en la vejez, los aspectos físicos de la existencia humana llegan a su declino, no es menos cierto que los aspectos espirituales, la experiencia de la vida, la sabiduría alcanzada, alcanzan su máximo.
De ahí que los viejos de otrora inspiraban confianza y respeto
En realidad, los abuelos son un vínculo con nuestros mayores y nos hacen vivir tiempos antiguos.
Cómo se equivoca el mundo moderno, cuando ve en la vejez sólo una decadencia física. La vejez puede y debe ser un apogeo.
Los entretenimientos de los niños de antaño era escuchar los cuentos de los abuelos. Los viejos de otrora, que no se avergonzaban de serlo, inspiraban confianza y respeto
¡Pobres niños de hoy que sólo tienen aparatos cibernéticos para entretenerse!
¡Cómo eran simpáticos, cuanta confianza, cuanto respeto inspiraban aquellos viejos de otrora!, que no ocultaban su decrepitud física, ni de ella se avergonzaban, pues sabían que a través de las exterioridades de la decadencia orgánica relucía el apogeo moral de un alma llegada a la plenitud de sus valores.
¿Y por qué se da esta inversión en considerar la ancianidad?
“De acuerdo al Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, “Nuestra época se avergüenza de la vejez. Este sentimiento está tan radicado que, incluso lo que se relaciona de lejos con ella, desagrada.
“Así, en la medida de lo posible, se evita hasta parecer tener edad madura. Todo el mundo quiere parecer joven. Y no son raros los que buscan parecer jovencitos.
“Los colores y las formas de los trajes, las actitudes, los gestos, el lenguaje, los temas de conversación, la risa, todo en definitiva es explotado en el sentido de acentuar esa impresión.
“Cada vez más los trajes propios de la edad madura van siendo por ellos abandonados: las líneas severas, los colores discretos, el estilo sobrio va cediendo lugar a los modos deportivos, a los colores claros, a las líneas juveniles.
“(ello ocurre) porque el hombre pagano de nuestros días vive para el placer, y la edad del placer es por excelencia la juventud; por lo menos para los que no comprenden que la juventud, como escribió un cierto autor, no fue hecha para el placer sino para el heroísmo.
“Pero hay otra razón. Es que la vejez, si puede representar la plenitud del alma, es ciertamente una decadencia del cuerpo.
“Y como el hombre contemporáneo es materialista y tiene los ojos cerrados para todo lo que es del espíritu, claro está que la vejez ha de causarle horror.
“Pero la realidad es que, si un hombre supo durante toda su vida crecer no sólo en experiencia, sino en penetración de espíritu, en sentido común, en fuerza de alma, en sabiduría, su mente adquirirá en la vejez un esplendor y una nobleza que se translucirá en su rostro y será la verdadera belleza de sus últimos años. Su cuerpo podrá sugerir el recuerdo de la muerte que se aproxima.
“Pero en compensación su alma tendrá brillos de inmortalidad”.
Ejemplo memorable de lo que comenta el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, fue la impresionante cantidad de fieles que acudieron a las exequias de un anciano que vivía recluido en un convento dentro del Vaticano, quien fuera recordado como Benedicto XVI.
Todo en él, desde el punto de vista meramente físico, no era sino ancianidad y decrepitud; no obstante, lo que el público -católicos o no- admiraban en él, era la experiencia y el conocimiento acumulado a lo largo de toda una existencia.
Esta es – incluso en el orden meramente natural – la gloria y la belleza de envejecer.
Si estas verdades valen para las personas célebres, ellas valen también, y a un título muy especial, para todos los abuelos que nos oyen, pues esta ley está impresa en la propia naturaleza de las cosas.
Tomemos por ejemplo dos actitudes contrastantes: la ancianidad de la Reina Isabel en sus últimos años de existencia y el éxito editorial alcanzado en estas semanas por el libro de su nieto Harris, “En la sombra”.
Se diría, a primera vista, que el nieto alcanzó de modo más rápido y todavía más universal una notoriedad aún mayor que la de su abuela. Sin embargo, ¡qué éxito más pasajero y que notoriedad menos prestigiosa…!
Lo que el mundo admiró en la abuela fue precisamente la constancia, la sabiduría y la distancia del éxito fácil que la caracterizaron.
Los que hoy leen el libro de su nieto, no crecerán en admiración por él y probablemente cuando su autor llegue a la ancianidad, no tendrá, ni de lejos, el aura de prestigio de su abuela.
En efecto, lo que se admira en un anciano es precisamente aquello que constituye su patrimonio, es decir la sabiduría, fruto de la experiencia; y la capacidad de orientar a los que comienzan la vida.
Una sociedad con abuelos que no imitan a sus nietos, y que no tienen vergüenza de ser abuelos, sino que los enseñan con cariño y prudencia, es una rica sociedad…
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