El respeto por la bandera, una costumbre olvidada.

Estimados radioyentes

El 23 de febrero de 1945, seis marines estadounidenses colocaron la bandera de su país sobre la colina más alta de la isla de Iwo Jima, un bastión que los japoneses defendieron ferozmente. El afortunado fotógrafo Joe Rosenthal inmortalizó aquel momento. En cuestión de semanas, la fotografía se convirtió en el tema del séptimo bono de guerra estadounidense. La imagen aparecía en un sello de correos. La escena también se ha representado en la gran pantalla en varias ocasiones.

La reproducción más perdurable de esta escena probablemente sea una escultura del alzamiento de la bandera (basada en la fotografía de Rosenthal para Associated Press) que vela sobre el río Potomac en Washington, D.C.

Una de las características del amor patrio es el amor por la bandera en los corazones de todos los verdaderos miembros de una nación y es un corolario lógico y un incentivo natural del amor por el cariño a su propio país.

Muchos años después de esta histórica fotografía de los soldados norteamericanos levantando la bandera de su país en Iwo Jima, en nuetro propio territorio sucedió algo similar.

Eran las 8.00 AM del 29 de febrero de 2010 y los habitantes de Pelluhue aún no se reponían de lo que habían vivido. Un sismo que luego fue acompañado por un tsunami que dejó al pueblo entero en ruinas, y a cientos de familias refugiadas aún en los cerros, con el temor de que el mar volviera a entrar a esa localidad de la Región del Maule.

Bruno Sandoval, al igual que sus vecinos, estaba acampando con su familia a la altura de un monte, a salvo, cuando decidió bajar para ver el estado en que había quedado su casa e intentar rescatar alguna pertenencia entre las ruinas.

Según detalla él propio, poco antes de llegar a su casa vio en el suelo parte de una bandera chilena. De inmediato comenzó a intentar desenterrarla y cuando lo logró y se levantó recibió los flashes del entonces fotógrafo de la Agencia AP Roberto Candia, quien inmortalizó ese momento, que luego se convertiría en una imagen que retrataba la tragedia por un lado y la esperanza de que Chile se levantaría de esa situación.

¿Qué tienen de común los dos hechos tan distantes en el tiempo y el espacio?

Es la común noción de que la bandera nacional siempre representa, para los miembros nacidos bajo ella, una especie de manto protector y de enseña de honor.

Y la clara concepción de que la bandera representa para todos lo mismo, es que ella siempre y en todos los lugares, al menos hasta hace poco tiempo atrás, no sólo fue respetada, sino más aún, venerada por los connacionales.

No es por otra razón que los futuros oficiales de Ejército, y soldados conscriptos de nuestro Ejército realizan su juramento frente al emblema patrio…. “Juro por Dios y por esta Bandera servir fielmente a mi Patria ya sea en mar, en tierra o en cualquier lugar hasta rendir la vida si fuese necesario. Cumplir con mis deberes y obligaciones militares conforme a las leyes y reglamentos vigentes. Obedecer, con prontitud y puntualidad las órdenes de mis superiores y poner todo empeño en ser un soldado valiente, honrado y amante de mi patria”

Tal juramento tiene ocasión en el aniversario de uno de los hechos más heroicos de la guerra del Pacífico, cuando el capitán Ignacio Carrera Pinto respondió a la convocación para rendirse:

“En la capital de Chile, y en uno de sus principales paseos públicos, existe inmortalizada en bronce la estatua del prócer de nuestra independencia, General don José Miguel Carrera, cuya misma sangre corre por mis venas, por cuya razón comprenderá usted que ni como chileno, ni como descendiente de aquél, deben intimidarme ni el número de sus tropas ni las amenazas de rigor.”

 

Por todo lo anterior, los aspectos más nobles de una nación se sintetizan, después de la verdadera religión católica, en aquellos que acabamos de reseñar: la bandera, como símbolo patrio y el holocausto en su defensa.

De ahí que los permanentes atentados que ella viene sufriendo desde hace ya varios años se hagan especialmente odiosos para quienes se consideran auténticos hijos de esta tierra.

 

¿Es entonces razonable, es correcto que un chileno profane impunemente un símbolo tan elevado? ¿O incluso quemarlo? ¿No sugiere esto que le gustaría destruir el propio país?

¿Está entre los derechos existentes en nuestro país permitir que nuestro honor sea pisoteado?

Si un individuo que posee los medios para defenderse con éxito y valentía permitiera que su reputación se mancillara sin protestar, diríamos, como mínimo, que carece de sensibilidad moral. ¡Ver su propia dignidad pisoteada debería hacerlo sonrojarse de vergüenza! Del mismo modo, ¿debe profanarse una nación al permitir que su honor y sus símbolos sean tratados con falta de respeto?

Una vez que una nueva generación de chilenos se acostumbre a ver la bandera irrespetada y quemada con total impunidad, que no dudamos en calificar de escandalosa, sólo puede hacer que disminuya su amor, respeto y orgullo de ser chileno, en fin, su patriotismo.

Se necesita un inmenso clamor nacional para llamar la atención de nuestras autoridades sobre los principales aspectos de este acto ofensivo a nuestra nación.

Los principios generales de la moral y la justicia son ante todo ley escrita. Negar esto equivaldría a negar la sabia máxima del derecho romano: “Summum jus, summa injuria”. “La interpretación estricta de la ley puede ser el colmo de la injusticia”, como enseña Cicerón.

Respetamos la opinión de los que no piensan así. Sin embargo, respondemos a ellos que la estabilidad de la nación se basa mucho menos en la naturaleza inmutable de sus leyes que en el respeto, en el amor y en el entusiasmo con que sus hijos la honran.

 

¿De qué vale, en efecto, la solidez y el vigor de cualquier Constitución, en una nación donde se multiplican los ataques contra la bandera y el honor? ¿Y en una nación donde tan deplorables hechos, son cada vez más frecuentes y rutinarios por su misma impunidad? ¿La indiferencia delante de tales hechos, no provoca una cínica pérdida de la sensibilidad moral?

¿Qué pasaría en esas horas críticas, en las que, como nos enseña la historia, no se salvan ni las naciones más prósperas, generosas o fuertes, si el sentimiento patriótico cayera tan bajo? ¿Qué coraje quedaría para luchar, ya sea en paz o en guerra?

Por lo tanto, el propio destino de la nación exige una medida urgente para reparar estos repudiables hechos practicados contra nuestros símbolos patrios, con la colaboración y presencia de autoridades públicas.

Recordamos, a este respecto, otro principio supremo del derecho que es válido para todos los pueblos, en todos los tiempos, en todos los lugares: “Salus populi, suprema lex” (El bienestar del pueblo es la ley suprema, Cicerón, De Legibus , III, 9).

Unámonos y que Dios nos ayude, para que nuestra bandera sea verdaderamente nuestro honor y que defenderla sea la más alta de nuestras acciones.

Profanarla, al contrario, es disociarse de ella y cubrirse de ignominia.

Rogamos a la Divina Providencia su paternal y decidido apoyo para que triunfen los anhelos de tantos buenos chilenos, y para que este país conserve el derecho inalienable de no sufrir atentados contra su honra.

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