El Pescador de Perlas
Estimado radioyente
Hay verdades y verdades.
Las hay cómodas, las hay incómodas. Oportunas o importunas, dulces o severas. Sin embargo, todas ellas son verdades, y hace parte de la virtud de la prudencia saber escoger aquella que es la más necesarias para el momento adecuado.
De ahí que en una sección de la revista “Legionario” y posteriormente “Catolicismo” del Brasil, durante muchos años publicó una página dedicada a “las verdades olvidadas”.
La razón de la sección era más que clara. Las verdades “olvidadas” son aquellas que la opinión en general tiende primero a menospreciar, después a no tomar en consideración y finalmente, olvidarlas por entero.
Ahora, las verdades, todas las verdades, desde las más pequeñas hasta las más altas, son piedras preciosas que nos informan sobre el plan de Dios en la Creación y en sus criaturas.
De ahí que nunca, ninguna verdad debería ser “olvidada”. Pero suele ocurrir que el “olvido” de ciertas verdades se debe a que las personas no quieren ver de frente lo que ella les indica.
Tomemos un ejemplo cercano y evidente. En principio la caridad exige que nos presentemos en público de un modo aseado, limpio y de acuerdo a nuestra condición y edad.
Es lo que decía el Santo educador, Juan Bautista de la Salle,en su manual de urbanidad. (Bastante “olvidiado” por cierto).
“Del recato que se debe manifestar en los modales y en la compostura de las diversas partes del cuerpo
“Capítulo 1 De los modales y la compostura de todo el cuerpo
“También hay que guardarse de cierta negligencia que muestre descuido y flojedad en el proceder, lo cual hace que la persona sea poco apreciable, ya que esta mala cualidad indica tanto bajeza de espíritu, como de nacimiento y de educación.
“Además hay que prestar atención muy particular en evitar cualquier manifestación de ligereza en la compostura, lo cual es propio de un espíritu disipado. Esto es lo que hay que enseñar a los niños con sumo cuidado, y a lo que se deben aplicar de manera particular las personas cuyos padres fueron harto negligentes en formarlos desde su temprana edad, hasta que se habitúen y consigan que estas prácticas les resulten fáciles y como naturales”
Algún auditor nos podrá objetar que estas reglas son muy difíciles de practicar y más aún de enseñar a las generaciones más jóvenes.
Concordamos con nuestro objetante. Ellas nos son fáciles y tanto practicarlas como enseñarlas significan un verdadero sacrificio.
Por ello le damos a continuación una de las “verdades olvidadas” de las que hacíamos mención al comienzo del programa, publicada en el semanario “O Legionário”, nº 173, 9 de junio de 1935.
“El reino de los cielos se parece a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra” (Mt 13, 45-46)
“No le es dado a cualquiera ejercer el duro oficio de pescador de perlas. Las complexiones fuertes son capaces de resistir la presión del agua y las agresiones de los pulpos, para bajar al fondo del mar y recoger las albísimas perlas que buscan. Pero los organismos débiles se sienten asfixiados cuando se adentran un poco más en las verdes aguas del océano, y se ven forzados a retirarse con las manos vacías, para respirar la brisa amena y retornar a las presiones débiles, lejos de las cuales son incapaces de vivir.
“Del mismo modo, ciertas almas son capaces de adentrarse en los más serios pensamientos, donde van en busca de la inestimable perla de la verdad. Otras, sin embargo, se sienten asfixiadas cuando las ideas se vuelven un poco más densas, e inmediatamente retroceden con las manos vacías a la banalidad estéril, el único ambiente que pueden soportar.
“El sacrificio que se exige a la generación actual no es el de la sangre; la muerte no es el supremo peligro al que tiene que enfrentarse el joven de hoy, sino la vida misma. No es ya el momento de que los creyentes atestigüen su fe con el testimonio sangriento del martirio. Lo que la Iglesia pide a sus fieles es el testimonio de una vida ejemplar, el sacrificio generoso de toda nuestra personalidad a la gran causa por la que debemos luchar.
“Este sacrificio es el de los bienes temporales; es el sacrificio del tiempo dedicado al apostolado cuando podría emplearse en la búsqueda del dinero; es el sacrificio de las actitudes adoptadas para salvar las almas, en detrimento de la reputación social, de las relaciones más queridas de familia o de amistad, de las simpatías más preciosas.
“Este sacrificio es, sobre todo, el del alma que se purifica con la práctica de la virtud, que se inmola en el sufrimiento interior, que sube espontáneamente al altar de las pruebas espirituales más dolorosas, con aquella resolución magnánima con la que los primeros cristianos avanzaban hacia el martirio. El mundo actual se ha perdido por el pecado, y únicamente a través de la virtud puede ser redimido. A los ojos de Dios, la más útil de las obras apostólicas no vale nada cuando el apóstol lleva en su alma ese mismo espíritu del mundo que pretende combatir con sus acciones”.
Estas “verdades olvidadas” le pueden servir a los jóvenes que al finalizar sus estudios secundarios están pensando en la universidad, en una carrera militar, en ser carabineros o detectives de la PDI o en dedicarse a los negocios.
Todas esas ocupaciones son lícitas y buenas, desde que se asuman con recta intención. Pero no hay duda que las más nobles entre ellas son aquellas que no son escogidas por el provecho individual sino por el bien común.
Se las dejamos como una reflexión útil a quienes están enfrentados a esta opción.
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