Columna de Cristián Valenzuela: “El Rey Gabriel I”
“El Rey reina, no gobierna” afirmó el historiador y político francés Adolphe Thiers, a pocas semanas de la abdicación de Carlos X que pretendía reimponer el absolutismo monárquico en Francia. Una frase asimilable a la realidad chilena donde nuestro monarca criollo, en sus primeros seis meses de mandato, ha fracasado estrepitosamente en su intento por convertirse en Jefe de Gobierno y cada día más se va transformando en un lejano y displicente Jefe de Estado.
El Presidente Boric ha repetido en varias ocasiones su deseo de habitar la República, buscando darle sentido a su gestión, adecuándose a la responsabilidad, dignidad y entidad del cargo que representa. Sin embargo, lejos de habitarla, ha ido transformando esa república en una verdadera monarquía, con impulsos despóticos, aislándose del mundo terrenal y postergando las urgencias sociales que demandan los chilenos.
“Presidente, el Embajador está esperando afuera” podría haber afirmado la Canciller, nerviosa por la inminente crisis diplomática que el berrinche de Gabriel I ocasionaría; “No lo voy a recibir, ¿Acaso no saben quién soy yo”, imaginamos que el monarca habría vociferado, añorando esas intensas tardes en la calurosa Ramallah, que lo cobijó hace algunos años.
“Presidente, no son más de 50 los que pifian” habría expresado la Vocera, tratando de ocultar el ensordecedor reproche de la muchedumbre. “¿Qué se han imaginado? ¿Acaso no saben que ese Ejército es mío? Podría haber bramado el reyezuelo antes de subirse al avión que lo llevaría a un mejor y placentero destino.
“Se equivocan quienes creen que hemos sido derrotados. Cuando el pueblo gana, el Estado gana. ¿Y quién es el Estado?” podría haber afirmado con fuerza el soberano ante cientos de dignatarios foráneos en las Naciones Unidas, embelesados frente al joven e impetuoso líder que los había sermoneado.
Mientras sus cortesanos lo idolatran, los bufones amenizan sus días y sus burócratas se reparten los cargos estatales y diplomáticos entre amigos y parientes, el pueblo profundiza sus padecimientos. Al explosivo aumento de la inseguridad y la violencia, se suman la crisis económica expresada en bajos sueldos, altos precios y el estancamiento productivo, entre otras graves lamentaciones. “Que coman pasteles” pareciera decir nuestra propia María Antonieta, que no siendo ni primera ni dama, se despliega nacional e internacionalmente con su corte personal, todo con cargo a nuestros impuestos.
“Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo” dijo alguna vez Lincoln en un mensaje que nuestro gobernante debe atender con urgencia. Solo renunciando a la soberbia y la arrogancia, propia de su inexperiencia, es que podrá enmendar el rumbo y comenzar a gobernar como demandan millones de chilenos. ¿No bastaron las encuestas para alertaros del desastre? ¿No fue el Plebiscito un acto de significante contundencia? ¿Acaso las calles vacías en sus recorridos y las incesantes pifias no son señal evidente de su derrota manifiesta?
Los chilenos no queremos un rey, queremos un Presidente. Luego de seis meses de farra, es hora de que asuma el cargo y gobierne.