Celulares inteligentes que fabrican tontos

 

Estimado Radioyente:

Después de una orquestada propaganda internacional a través de todos los medios publicitarios, la semana pasada llegó a Chile el juego “Pokemon go” para ser descargado a los celulares, naturalmente de última generación y con la mayor potencia.

El celular se está convirtiendo cada vez más en un implemento que sirve para todo y quizá lo menos que se usa es propiamente para hablar y recibir las llamadas de los amigos.

Esta democratización de los celulares es sustentada vigorosamente por las ofertas del retail y la posibilidad de subvención que ofrecen las compañías telefónicas.

Javier Valenzuela, gerente de Terminales en Movistar, dice que estas ofertas permiten que los usuarios cambien constantemente sus dispositivos. “Los clientes de postpago recambian sus teléfonos en un plazo que va entre 18 a 24 meses. Sin embargo, vemos una creciente tendencia de usuarios que cambian sus dispositivos en menos tiempo. La gente está dispuesta a pagar para acceder de forma acelerada a los equipos de última tecnología”.

Por su parte, José Miguel Ventura, gerente comercial de GfK Adimark, dice que las aplicaciones y el poder conectarse fácilmente también han colaborado decididamente en este crecimiento. “La gente está viendo hoy a los smartphones como medios indispensables de comunicación.  La definición de lo que es un teléfono inteligente es bastante más simple que la clasificación técnica. Básicamente tener pantalla ‘touch’ y acceso a internet. Eso es considerado un smartphone hoy”.

A pesar de todas estas ventajas de los celulares, después de ver a tantas personas permanentemente conectadas a su aparato, del cual parecen depender para todo, es natural que surja la pregunta:

¿Realmente los celulares están ayudando a que las personas sean cada vez más ellas mismas, o, al contrario, están transformando al hombre en un mero ejecutor de técnicas que no lo representan ni reflejan lo que es verdaderamente cada uno?

¿Cuál es el punto de equilibrio entre el uso razonable de estos aparatos o la cyber-dependencia, o la adicción obsesiva para estar conectado?

Para resolver estas importantes y actuales cuestiones, nos servimos de un interesante artículo del Sr. John Horvat, publicado en la revista de la sociedad Norteamericana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad.

Pasamos la palabra al Sr.  Horvat

“Donde quiera que Ud. vaya se encuentra con gente colgada a sus smartphones. En los aeropuertos, restaurants o simplemente en la calle, las personas están casi permanentemente pegadas a sus dispositivos, obsesionadas con la idea que no pueden existir si no están conectadas al mundo cibernético. Se lo pasan enviando textos y tweets, pasando emails y consultando Google, siguiendo chats o pulsando “me gusta” en un esfuerzo continuo de estar activo on-line. Todo eso pasó a ser parte de una existencia “normal” en nuestro mundo post moderno.

Sin embargo, no todos están conectados. Un número creciente de disidentes están rasgando sus pasaportes para el mundo digital y substituyendo sus smartphones, o sea sus celulares inteligentes, por celulares tontos que hacen apenas lo que los teléfonos siempre hicieron: recibir y hacer llamadas.

Estos rebeldes no son une versión moderna de los Luditas, aquellos sindicalistas ingleses que, al comienzos del siglo XIX destruían los telares mecánicos que amenazaban sus empleos. Ni tampoco personas tecnológicamente inválidas. Son gente inteligente usando teléfonos tontos que ven su decisión de desconectarse como una experiencia liberadora que les permiten vivir sus vidas libres de la intromisión de dispositivos electrónicos.

Los celulares tontos son una parte pequeña pero significativa del mercado de celulares. Comprándose un celular de 30 dólares, los dueños pueden unirse al 1% que compone este grupo elitista. De hecho, muchos de estos disidentes celulares son profesionales exitosos, inclusive del Silicon Valley  dónde ayudan a inventar la nueva generación de celulares ofensivos.

Este 1% da varias razones para justificar su decisión. Esos celulares tontos no necesitan nunca de actualizaciones para modelos más avanzados o de mayor capacidad. La batería dura varias semanas (hasta 38 días) y no necesitan ningún programa caro para almacenar las informaciones. Pueden ser dados a los niños o a los mayores para que hagan llamadas en caso de necesidad o de emergencias sin necesidad de una inversión costosa.

No se sienten continuamente urgidos a verificar sus cuentas email o notificaciones o actualizaciones. Es apenas el teléfono celular. Esos aparatos elementales provocan un sentimiento de gran alivio de no tener que estar respondiendo o siendo distraído a todo momento.

Hay otros motivos todavía más incitadores a desenchufarse y que van más allá de la mera conveniencia personal. Sociólogos y otros científicos están preocupados con el efecto que el uso crónico de smartphones está provocando en las mentes y en el relacionamiento.

En su excelente libro “Trabajo en profundidad”, Cal Newport sustenta que los celulares inteligentes y otros dispositivos acostumbran el cerebro a estar continuamente distraído. El usuario vive en un estado permanente de atención dividida y no consigue focalizarse en hacer su trabajo real. El descubrió que esos dispositivos electrónicos deterioran la capacidad de las personas de pensar y de trabajar en profundidad.

Los celulares Smart tienen fama de ser grandes conectores al mundo, pero en realidad son dispositivos que inhiben la conexión profunda con los demás. Usar los textos sms, por ejemplo, aleja las expresiones fisonómicas, las inflexiones de voz que ayudan a introducir matices y a estrechar relaciones. La mera presencia de un celular en una conversación es una invitación a prestar menos atención en una conversación porque lleva a frecuentes interrupciones.

Alguien dirá que esas razones no son de tal monta que lleven a perder el sueño. En realidad, los smartphones provocan pérdida del sueño. 44% de las personas entre 18 y 24 años se duermen con los celulares en la mano. Cuando suenan los avisos, se despiertan para responder. La luz de la tela interrumpe los ritmos circadianos del sueño que ayudan a dormir bien. Más aún, la primera cosa que hacen es verificar sus aparatos al despertarse.

Por fin, hay el problema de la cantidad enorme de tiempo que las personas pasan pegadas a sus dispositivos. Muchos se pasan hasta 8 horas por día usándolos y verificando los emails, tweets y mensajes cientos de veces por día. Pierden la noción de lo que está sucediendo en el entorno, descuidan las relaciones familiares y fácilmente viven fuera de la realidad.

Con tantas razones para descolgarse, ¿es sorprendente que tanta gente se haya juntado al 1% que ya declaró su independencia digital? Muchos de ellos van hasta el fin del camino y se compran celulares tontos. Otros idiotizan sus celulares inteligentes. Otros usan aplicaciones para controlar el uso de los dispositivos, en lugar de esclavizarse a ellos. Todo eso es parte de una reacción contra un problema muy real y que es mucho más profundo.

El abuso de los celulares es el producto de una sociedad frenética que perdió el equilibrio. No es sólo el celular, sino lo que puede calificarse de intemperancia frenética donde todos tienen que tener todo, instantáneamente y sin ningún esfuerzo. Llegó la hora de volver a aquellas cosas simples como la familia, la comunidad y la fe – esas instituciones permanentes que realmente tienen importancia y que no deberían interrumpirse.

Llegó la hora de un retorno al orden. Talvez el primer paso es evitar que celulares inteligentes produzcan gente tonta.

Estimados radioyentes, gracias por su atención y recuerde que puede seguirnos en www.accionfamilia.org o en esta su emisora.

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