Aborto Síndrome de Down

Estimado radioyente:

Es sabido que las civilizaciones antiguas castigaban con la muerte a los que nacían con el algún defecto físico.

El monte Taigeto fue utilizado por los espartanos para la ejecución de los recién nacidos con defectos físicos y para eliminar a los delincuentes. Esparta, por su carácter ofensivo, no permitía miembros no válidos y los lanzaban al vacío desde ese monte.

Las leyes de Licurgo, que pretendían una mejora racial a ultranza, así como la pertenencia total del individuo al Estado, obligaban a que todo aquel que al nacer presentase una deformidad física fuese eliminado.

Tales practicas duraron toda la antigüedad y fueron características de los pueblos paganos.

Posteriormente, con la venida de Nuestro  Señor Jesucristo, y el nacimiento de la Civilización Cristiana, se entendió con más generosidad y amplitud lo que manda el Primer Mandamiento de la Ley de Dios: “Amarás al Señor Tu Dios y al prójimo como a ti mismo”.

El historiador Geoffrey Blainey comparó la Iglesia Católica en sus actividades durante la Edad Media con una versión temprana de un estado de bienestar: «Dirigía hospitales para los ancianos y orfanatos para los jóvenes; hospicios para los enfermos de todas las edades; lugares para los leprosos; y albergues o posadas donde los peregrinos podían comprar alojamiento y comida baratos». Suministró alimentos a la población durante la hambruna y distribuyó alimentos a los pobres”.

Sin embargo, a medida que la influencia civilizatoria de la Iglesia Católica fue disminuyendo, el paganismo volvió a recuperar el terreno perdido. Y esta semana pasada, lo demostró de modo especialmente patente en Inglaterra.

Si bien en Inglaterra, Gales y Escocia la actual legislación ya permitía abortar siempre que se haga dentro de las primeras 24 semanas del periodo de gestación, la ley también permite el aborto hasta el momento del nacimiento cuando existe un «riesgo sustancial», «si el niño que naciera sufriese de anomalías físicas o mentales o tuviera minusvalías graves», que incluyen el síndrome de Down.

El Reino Unido confirmó el derecho de abortar a niños con síndrome de Down hasta el mismo momento del parto. El Tribunal británico de Apelación resolvió el pasado viernes 25 de noviembre la legalidad de la actual normal al rechazar el recurso presentado por una mujer con este síndrome y la madre de un niño que también lo padece.

De este modo los niños con síndrome de down no nacidos pasan a ser automáticamente despreciados y condenados a muerte por la legislación británica.

Pero no sólo ellos, cualquier niño que tenga “minusvalías graves” también entra en la lista de los condenados a muerte.

Un médico chileno que hizo una activa campaña contra la aprobación del aborto en Chile, el Dr. Becker Valdivieso, contaba en sus conferencias que durante su práctica en España vio como se aprobaba el aborto de un niño en gestación porque tenía un defecto en el pie. El médico obstetra a cargo de la madre gestante le aconsejó abortar pues el niño podría tener un trauma de joven a no tener aptitudes físicas para jugar futbol y esta anomalía era considerada “psiquiátrica” en el gestante.

El niño en cuestión fue tranquilamente eliminado por la madre y los médicos… ¡para que no sufriera de grande!

Es verdad que ya no se los lanza de lo alto del monte Taigeto, pero las consecuencias son las mismas y el número de asesinados es espantosamente mayor hoy que en la Antigüedad.

Quizá algún objetante podrá decirnos que en ese entonces se le eliminaba después de nacer y hoy a los niños nacidos no se les puede asesinar.

La respuesta es muy simple. En la Antigüedad no existían las ecografía ni los medios científicos para determinar si el niño en gestación presenta anomalías. Por eso había que esperar que naciera. Hoy, con los recursos existentes, no es necesario esperar.

Además de lo anterior, los intentos de aprobar el infanticidio legalmente aumentan en todas las sociedades modernas.

Los doctores, Manuel Santos y Patricio Ventura-Junca, del Instituto de Bioética de la U. Finis Terrae, advirtieron sobre las consecuencias del infanticidio, a raíz de que el comité de la Asamblea estatal de California (EE.UU.) aprobó un proyecto de ley para despenalizar el infanticidio de los recién nacidos durante el período perinatal (7 a 28 días tras el nacimiento) por “acciones o negligencias relacionadas con el embarazo”.

Lo anterior no puede sorprender a nadie.

Si es lícito matar a un ser en gestación, con argumentos de que éste no tendrá una buena vida después, o que complicará la vida de sus progenitores, o de la sociedad en su conjunto, entonces por qué no se podrá aplicar los mismos principios para el que ya nació.

El asunto es saber si la vida es sagrada en sí misma, y sólo Dios puede disponer de ella, pues es El quien la concede, o si ella no es sagrada y la sociedad puede disponer para su bien de la vida de los otros.

Las sociedades modernas que viven orientadas por el mito del “buen vivir”, escogen la segunda opción.

Lo absurdo del caso es que junto con aprobar estas leyes de asesinato para los seres en gestación o recién nacidos y, con los mismos argumentos, para aquellos que están en la etapa final de la vida bajo el nombre de eutanasia, se hacen llamar, sin embargo, sociedades “inclusivas”-

Y por ser “inclusivas” aprueban también leyes de matrimonio homosexual, bajo el nombre de matrimonio igualitario o inclusivo.

En el Programa de Gobierno 2019/ 2024 de la ciudad de México se reconoce como un eje de trabajo la igualdad y derechos particularmente con las personas LGBTTTIQA, bajo el nombre de “Derecho a la igualdad e inclusión” y el Subapartado 1.6. establece como objetivo: “Respetaremos los logros establecidos en la Constitución de la Ciudad de México e impulsaremos y apoyaremos leyes, programas y demás ordenamientos que garanticen la igualdad, la no discriminación y la dignidad humana de las personas LGBTTTIQA”

Todos esos ampulosos calificativos inclusivos para unos y, al mismo tiempo,  la más cruel y sanguinaria persecución para los no nacidos.

Hay aquí una de las más clamorosas contradicciones de una sociedad que abandonó la ley de Dios y los preceptos de la moral.

Y cuando se abandona a Dios, la sociedad se transforma en lo que enseñaba San Agustín, “la ciudad del hombre.”

La «ciudad del hombre», se define no por la búsqueda del bien, sino por la «huida» de los males palpables. Es lo que Erico Voegelin llamó la «modernidad sin frenos»: un proyecto que apunta a emancipar la voluntad humana de todos los límites y restricciones naturales y que, sin embargo, no deja espacio para el libre albedrío y el componente humano y se encamina hacia la autodestrucción.

Triste fin cuando se abandona la ley de Dios.

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